Recuerdos
Un relato sobre la dificultad de superar una pérdida
Belinda
11/22/20252 min read
Es una soleada tarde de primavera y estamos en el parque. Mientras yo bebo unas cervezas con amigos, tú juegas con los tuyos.
Te veo correr, saltar, subir a los árboles, pelear con los otros niños y, de nuevo, parece que el tiempo se detiene entre vuestras risas llenas de alegría.
Vienes corriendo a mi lado porque tienes sed y una de mis amigas te ofrece un zumo de manzana que bebes con avidez. Sí, puedo confirmar que el calor del momento ha hecho efecto en ti.
Te observo, mientras me sonrío por verte tan feliz. Te abrazo con ternura, no puedo evitarlo, y ese pequeño instante parece eterno y efímero a la vez. Una huella de nuestro paso por aquí que solo será recordada por nosotros.
Me miras, con una amplia sonrisa y sigues tu juego.
—Mamá, voy jugar, ¿vale?
—Vale.
—Ayos —te despides con tu lengua de trapo y sigues con tus labores de entretenimiento.
Todo eso está ahora, como una imagen fija aunque en movimiento, como una película que se repite una y otra vez, pero en distintos parques, viajes o circunstancias, en mi recuerdo, mientras miro mis arrugas frente al espejo.
No sabes cuán fugaz es el tiempo, que sin darte cuenta te deja atrás. De hecho, todavía no soy consciente cómo he llegado hasta aquí.
Me lavo las manos, también arrugadas por la edad, mientras espero recibir una llamada tuya. Es una necesidad saber que estás bien, volver a escuchar tu voz, aunque sea por unos segundos. Pero esa llamada no llega. Hoy tampoco llega.
Con más ligereza de la que había pensado alguna vez tener a esta edad, pero menos de la que me gustaría, me siento en el sofá a ver vídeos, vídeos que se graban en mi memoria, que me hacen recordarte una y otra vez como cuando eras pequeña (y en algunos no tan pequeña).
Y así lleno mi vacío, así puedo oír tu voz, aunque no sea de la manera que a mí me gustaría. Y así me hago creer que estás bien, que el tiempo no ha pasado y que seguimos siendo nosotras dos, tú aún una niña pequeña que me pide que la bese las pupas y yo una madre joven que corre a socorrerte en tus pequeños dilemas.
Y así vuelvo a escuchar tu voz, de nuevo, y mi cabeza me dice que estás bien, que vendrás a verme otra vez, que sonará el teléfono para contarme de tus viajes, que se oirán las voces de mis nietos, al otro lado del teléfono, mientras te tiran del pantalón peleándose para hablar con su abuela.
Y otro día más me quedo dormida en el sofá, imaginando cómo sería hablar contigo, como sería tu voz si tu vida no se hubiera parado aquel sábado de octubre en el que, de alguna manera, también terminó la mía.
