El banco

Un relato sobre cómo, en ocasiones, los recuerdos nos brotan y necesitamos conectar con ellos.

Belinda

12/6/20253 min read

worm's-eye view photography of concrete building
worm's-eye view photography of concrete building

Hoy me he vuelto a pasar por tu barrio. Bueno, el que fuera tu barrio hace años, porque ya no lo es.

No sé por qué, pero últimamente me he sentido bastante nostálgica y he necesitado venir hasta aquí para recordar.

Sé que tú no estás, te mudaste a otra ciudad hace años. Alguien me ha dicho que te casaste y que ahora tienes cuatro hijos. ¡Cuatro! ¡Qué valor! Yo decidí tener uno y ahí me planté. No me sentí capaz de tener más.

Pero, ¿sabes? Dentro de poco cumplo cincuenta años, que son muchos, lo sé. Aunque creo son dos menos que los que tú tienes. ¿Era así? Sí, estoy segura de que tenías un par de años más que yo.

Bueno, lo cierto que eso no es importante.

Mi hijo ha cumplido dieciséis años. Fue hace un mes, y desde entonces, no he dejado de pensar en cómo era mi vida a esa edad y ahí estabas tú, tan alto, tan apuesto, con esa mirada de ojos marrones tan emocionante, y ese pelazo negro, con tupé que solías llevar.

¡Qué gracioso! Me han dicho que has perdido parte de tu melena, pero da igual, yo te recordaré siempre igual de guapo.

¡Pero, bueno! No he venido aquí a criticarte. Por mí también ha pasado el tiempo y ¡cómo se nota! Pero te voy a contar un secreto, intento que no lo parezca. Voy, cada poco tiempo, a que me quiten las líneas de expresión. También me hago unos tratamientos de vitamina C que, vamos, me dejan el cutis que da gusto.

Pero, hay que ser sincero con uno mismo y el paso del tiempo no hay quién lo pare. Uno se puede tunear para parecer más joven, pero el tiempo vivido no te lo quita nadie.

Y eso es lo que me ha traído hasta este banco. Quería recordar. Recordarte. Recordarnos.

Este banco, en el que me pediste salir por primera vez. Este banco en el que nos dimos el primer beso. Este banco en el que me regalaste un conejo de peluche que aún conservo. Aunque esté viejillo, lo cuido para que se vea joven, como yo.

Sí, te estoy intentando contar un chiste y me estoy riendo yo sola, sentada en nuestro banco que ya no tiene nuestras iniciales grabadas con la llave de tu moto.

Pero sigue siendo nuestro.

No es que fueras más especial que los que llegaron después. ¡Para nada! Desde luego, más huella dejó el padre de mi hijo, con un regalo que me va a durar toda la vida. Y mejor sabor de boca me dejó el que se quedó a mi lado a pesar de todo y aún me sostiene en mis peores momentos.

Pero siempre serás el primero y, eso, para mí, es importante. Yo no lo olvido. Yo no te olvido.

Pero no te preocupes, no es algo que quiera que hagas tú también. No te pido reciprocidad, ni siquiera estoy segura de que te acuerdes de mí. Aunque me gustaría que sí lo hicieras, por supuesto. No por vanidad. Ni que fuera yo una top model o una actriz de Hollywood. ¡Nada más lejos de la realidad! Es más bien por los buenos momentos que pasamos juntos.

¡Ay! Cómo vuela el tiempo, «cómo se pasa la vida, como se llega la muerte, tan callando» como decía Jorge Manrique en sus coplas. Cuando quieres volver la vista hacia atrás y luego te miras en el espejo, te das cuenta de que la vida resbala como un trozo de mantequilla sobre pan caliente y, cuando te das cuenta, ya no queda nada.

Me han detectado un cáncer, de útero, para ser más exacta, y me han dicho que tiene muy mal pronóstico. Estoy asustada, mucho. No se lo he dicho a mi marido, ni a mi hijo. Es que tengo miedo de verdad y no quiero pasar el tiempo que me quede sintiendo esas miradas de pena. No sé si podré enfrentarme a ellas.

Yo creo que por eso he vuelto aquí, a nuestro banco, para poder contártelo, aunque tú no puedas escucharlo. Supongo que me resulta más fácil decírselo a un recuerdo que no va a llorarme cuando ya no esté.

¿Sabes qué? Voy a hacerlo, voy a sentirme joven de nuevo. Voy a tener otra vez dieciséis años. He sacado las llaves del coche y he vuelto a grabar nuestras iniciales para que el banco no nos olvide y, tal vez, los médicos se equivoquen y, quizás, dentro de diez años, cuando vuelva a echar de menos la juventud que se fue y no va a volver, regrese hasta aquí a grabar nuestras iniciales para que las tablas de este banco nunca se olviden de nuestros besos furtivos, de nuestras ingenuas promesas rotas por el peso de la realidad y de que, aunque el tiempo pase, nuestros recuerdos permanezcan en él.