Adiós

Otro relato nostálgico

Belinda

12/13/20253 min read

photo of white staircase
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Las despedidas duelen. Incluso pueden hacerse muy largas, puesto que no es suficiente con decir adiós. A veces no terminamos de despedirnos hasta que el olvido hace su trabajo y, en otras ocasiones, aunque creamos que hemos logrado, por fin, decir adiós de todas las maneras posibles, se desbloquea un recuerdo que nos da un latigazo en el corazón.

O, por lo menos, eso me pasa a mí. Me gustaría que a ti también te pasara para sentirme menos sola.

Hoy, domingo, veinte de octubre, hace dos años que saliste por esa puerta y llueve tanto como aquel día.

Creía que lo había superado, que todo estaba mejorando y mi vida volvía a despegar. Habían pasado los recuerdos, los daños, el dolor de todo lo que me hiciste sufrir, pero era mentira.

Mi cuerpo sabía que hoy era un aniversario duro y ha querido recordármelo. Pero más duro ha sido que el tiempo de hoy lo ha acompañado.

Me asomo a la ventana para ver cómo las gotas de agua golpean en el cristal y resbalan, cayendo, como cayeron nuestras promesas.

Fuiste un cobarde y lo sabes. Habías tenido momentos para irte, nunca te até a mi lado. Pero lo hiciste cuando más te necesitaba. Cambiaste tan rápido de parecer que ni lo vi venir.

El mes de septiembre fue duro; el niño que tendría que haber estado a nuestro lado nunca llegó. Mario se iba a llamar, pero no pudo ser. Me dolió hasta el alma y creía que a ti también. Pero parecía ser que no, que tenías alguien mejor en quién refugiar tus penas y menos de dos meses después de aquello, me dejaste tirada, como una colilla.

Me gustaría pensar que la otra mujer con la que ahora haces tu vida me hizo un favor enorme por abrirme los ojos y mostrarme el tipo de rata que eres en realidad, pero sigo sintiendo el vacío de tu ausencia… y de la de Mario.

Si te soy sincera, me gustaría poder odiarte con todas mis fuerzas. Me gustaría ser capaz de desterrarte completamente de mi memoria, pero no lo consigo. Tonterías del corazón que no me dejan vivir en paz.

Intento ser fría y pensar que ya ha pasado el tiempo suficiente para dejarte atrás, pero me sentí tan sola, y me sigo sintiendo tan sola, que vuestra ausencia, la tuya y la de Mario, es mi única compañía y mirar nuestras fotos, especialmente esas en las que aparece una prominente barriga que guardaba a nuestro hijo, es lo único que me hace compañía.

Al principio, mis compañeras de trabajo intentaban animarme, pero creo que me dejaron por imposible, porque hace meses que no me han vuelto a insistir. No las culpo, ya no me aguanto ni yo, como para esperar que otras personas lo hagan.

Pero creo que hasta aquí he llegado. Pienso que ya es el momento de que rehaga mi vida y de que pueda volver a sonreír con la misma alegría que tenía antes de que desaparecieras.

Por eso llevo tiempo pensando en qué es lo mejor para mí.

Cuando te viniste a vivir a mi casa, nunca pensé en el vacío que se quedaría cuando ya no estuvieras. Por eso, cuando te fuiste y no te llevaste los recuerdos, esta casa se sintió vacía, pesada y fría.

He decidido venderla. Es mi momento de salir de aquí, de empezar de cero, de volver a encontrar un camino en el que pueda marcar mis pasos a mi ritmo, sin más lágrimas que las necesarias. Y con más sonrisas, aunque al principio tengan que ser forzadas.

Pero no solo me cambio de casa. He decidido irme lejos, muy lejos. Tan pronto como pueda deshacerme de todos los recuerdos me marcharé. ¿A dónde? Aún no lo he decidido, pero sí lo suficiente lejos para que la sombra de tu traición no pueda ni siquiera volver a rozarme.